Mientras corría hacia el famoso Malecón de Miraflores no podía dejar de preguntarme como mis padres habían decidido vivir en aquel distrito, pues había distritos más modernos en la ciudad. Sin embargo, algo que Miraflores tenía de bueno, era su vida nocturna en el centro, razón por la cual no me opuse a la mudanza.
Después de correr durante media hora, regresé a mi casa a preparar el desayuno, pues debía ir a la escuela. Luego de alistarme y dejar todo en orden salí de mi casa nuevamente, pero esta vez rumbo a la Preparatoria Antunez de Mayolo, una de las más prestigiosas de la Federación.
Desplazarse en la ciudad de Lima es muy complicado, pues debido a que es una ciudad inmensa, se deben realizar varias conexiones para llegar a cualquier lugar, en mi caso debo tomar la línea CS-11 hacia la estación de buses Aramburú, tomar el bus hacia la Estación Javier Prado, hacer conexión con el tren hacia la estación Molina y tomar el bus de la ruta escolar. Sin embargo a pesar de ser una ruta algo larga, es muy entretenida, gracias a la existencia de las terminales XG.
Aquel día mientras estaba en el tren, decidí leer el período en mi terminal, con la finalidad de no aburrirme o quedarme dormido, y a pesar que no había muchas novedades, fue aquel reportaje de último minuto lo que me sorprendió. Y es que nadie podrá olvidar jamás el día del atentado del Pentagonito.
El Atentado del Pentagonito, o también conocido como la masacre de inocentes, consistió en un ataque terrorista del grupo subversivo conocido como “Los Bolivarianos”, un grupo revolucionario que se oponía firmemente a que Perú forme parte de la Federación Latina del Pacífico. Y la razón por la cual ese atentado es muy recordado, es debido a que aquel día, los bolivarianos hicieron explotar una bomba durante el evento organizado por la escuela primaria Américo Vespucio en honor al día de la bandera. Sin embargo, a pesar de la catástrofe que ocurrió aquel 7 de junio del 2056, yo no recuerdo esa fecha por esa catástrofe, sino por lo que ocurrió horas más tarde.
Luego de una hora de viaje en tren, llegué a mi escuela, y al ver la hora me di cuenta que había llegado justo a tiempo. Me dirigí a mi aula de clases en el segundo piso del pabellón de ciencias, y grande fue mi sorpresa al no ver a ninguno de mis compañeros en el salón. A pesar de lo extraña que era la situación, me senté en mi lugar y me puse a escuchar música en aquella aula vacía.
Mientras escuchaba el último disco de mi grupo favorito no pude evitar mirar por la ventana y admirar lo grande que era la ciudad de Lima. Mis abuelos, que habían vivido en la época del terrorismo y la dictadura siempre me contaban historias sobre aquellos tiempos, en los que Lima era un desastre y un completo muladar. Debo confesar que a pesar de que he visto fotos de esa época y que también me han explicado el tema en las clases de historia en la escuela, me es complicado imaginarme a tan moderna ciudad en aquel estado.
Estuve buen tiempo mirando los modernos edificios en el centro financiero e imaginando como sería la oficina que tendría si trabajara en aquel lugar, estaba tan concentrado que olvide que estaba en la escuela y me imaginaba a mí mismo usando traje y yendo a reuniones de negocios en los más finos restaurantes de la capital. Sin embargo, el sonido de unos pasos me hizo volver a la realidad.
Por instinto, volteé la mirada hacia la puerta y me di con la sorpresa de encontrarme cara a cara con Romina Gutiérrez, delegada general de la escuela. Tan grande fue mi sorpresa de ver sus hermosos ojos pardos mirarme directamente, que empecé a balbucear mientras intentaba decir la frase más genial que se me pudiera ocurrir. Sin embargo, fue Romina quien dijo la primera palabra, ya que era ella quien me había estado buscando.
- Buenos días Alejandro – dijo ella con su dulce voz.
Por un momento no podía creer lo que estaba escuchando, pues jamás me hubiera imaginado tener una conversación con la chica más popular y más bella de la escuela, debido a que el ser uno de los más aplicados en clase es sinónimo de nerd, y ser nerd significa que los populares te ignoraran a menos que tengan que hacer algún trabajo contigo.
- Te he estado buscando Alejandro, como te podrás dar cuenta, las clases se suspendieron, o sea, ya sabes, por el atentado de hoy.
Fue aquella información la que me hizo reaccionar un poco y me ayudo a recuperar la dignidad, pues mi cara antes de escuchar lo que ella dijo era igual que la un niño que se muere por comer un caramelo gigante o un helado de 20 bolas. Lamentablemente, a pesar de ya no tener la cara de un completo pervertido, seguía tan nervioso de estar frente a ella que al abrir la boca no puede pronunciar palabra alguna.
- ¿No viste las noticias? ¿Tienes tu terminal?
Finalmente pude vencer un poco mi miedo a decirle algo a aquella chica que siempre observaba durante las clases de educación física y a pesar de tener en mente un frase completamente genial e ideal para este tipo de situaciones, mi cuerpo traicionó a mi mente y solo pude soltar la frase más patética existente.
- Ajá.
Ella me miró y sonrió. Aquel gesto me puso aún más nervioso. Estábamos solos en un salón de clases y mi retorcida mente empezó a imaginar posibles escenarios de cómo terminaría aquel momento, y mientras imaginaba todas los posibles eventos que podrían ocurrir, mis ojos se quedaron mirando al vacío.
- ¿Estás bien? – me dijo Romina tocándome el hombro.
Entré en pánico, asqueado por mi imaginación y sorprendido por el hecho de que Romina me hubiera tocado el hombro, y fue ese momento de pánico lo que me hizo pararme súbitamente y retroceder golpeando las carpetas. Durante ese momento cerré fuertemente mis ojos e imaginaba encontrarme solo en aquel amplió salón de clases, pues es obvio que cualquiera se asustaría ante semejante reacción. Sin embargo, al abrir los ojos la vi parada frente a mí, mirándome y sonriendo. Por unos segundos nos miramos a los ojos y gracias a esos hermosos ojos pardos me tranquilicé, tragué saliva y reuní todo el coraje posible logrando pronunciar al menos unas palabras.
- Discúlpame, es la sorpresa.
- No te preocupes – me dijo con voz suave – Ve a casa.
Romina caminó hacia la puerta y desde ahí, volteó un su cabeza y dijo:
- Hasta mañana, Alejandro.
No dije nada, y ella no esperó respuesta y se retiró del aula, probablemente debido a que había comprendido lo nervioso que yo estaba. Mi mente se quedó en blanco durante un momento y de manera automática cogí mi mochila y caminé hacia la puerta.
Mientras salía de la escuela mi mente empezó a funcionar nuevamente y recordé que gracias al atentado tenía el día libre, así que decidí ir al lugar donde todo nerd va en su día libre: Arenales Gamer Center.
Según mi abuelo, cuando él era joven, Arenales Game Center empezó como unas cuantas cabinas públicas de Internet donde los jóvenes universitarios iban a jugar, ahora era el centro de juegos de video más grande de la ciudad y además el más moderno. Ahí se podía jugar desde juegos Atari del siglo pasado hasta los últimos Simulators. Yo, al igual que el resto de los miembros del club de programación éramos fanáticos del Simulator X, un juego de realidad virtual en el que te enfrentabas a otros en batallas épicas.
Por suerte, ese día llevé mi memoria, lo que significaba que podía pelear con todo, así que tomé el tren y me dirigí a Arenales. Al llegar, después de otra hora de viaje, tomé el ascensor hasta el piso 11, donde estaban las cabinas de Simulator y jugué unas partidas. Gracias al atentado, había muchos estudiantes de secundaria, a los cuales derroté sin piedad, y estaba tan enviciado que no me di cuenta de la hora, y cuando por fin miré el reloj, observé sorprendido a la aguja chica en el número 12 y a la grande en el número 10.
Asustado por lo tarde que era tomé mi mochila y salí en busca de un bus, y para mi mala suerte, choqué con un grupo de raperos que salían de un bar. Obviamente todos estaban algo ebrios y fue por eso que el que parecía el líder de su pandilla, me tomó de la camisa y me dijo:
- ¿Qué tienes hijo de puta?
Yo lo miré asustado, pero recordé el primer consejo que me dio mi abuelo y lo pateé en la parte más sensible que puede tener un varón. Ese golpe hizo que me soltará, pero hizo enfurecer al resto, así que apliqué el segundo consejo de mi abuelo y corrí lo más rápido que pude.
Tal vez era el miedo, pero corrí más rápido que el capitán del equipo de atletismo, mientras escapaba por callejones oscuros y calles desoladas. Después de correr mucho me encontré en un parque desde el cual se veía el Estadio Nacional, me senté en una banca para recuperar el aliento y miré mis zapatos mientras pensaba en cómo salir de aquella zona.
De pronto sentí que algo me había rozado la pierna y al mirar hacia abajo, vi una daga que yacía en el césped. Era una daga de mango marrón y hoja de acero. Me agaché y la tomé por curiosidad ya que se notaba que el acero era de muy buena calidad.
Luego de tomar la daga y guardarla en mi mochila, caminé hacia la estación de buses en el estadio, mirando a ambos lados por si alguien me seguía. Sin embargo, mientras intentaba cruzar la calle, me choqué con una persona y al alzar la mirada me encontré frente al rapero que había pateado.
El rapero me miró y me dio un puñetazo en la mejilla, lo que me hizo caer al suelo. Luego, sus amigos, empezaron a patearme en el estomago y en la cara mientras me insultaban a mí, a mi madre y hasta a mi abuela. Finalmente, cuando se aburrieron el líder me tomó del cuello de la camisa, me escupió y me tiró al suelo. Cuando caí, todos rieron mientras lloraba y me retorcía de dolor.
Al escuchar sus carcajadas, empecé a recordar mi infancia, mis años en la escuela primaria y secundaria, y de como muchas veces me enfrentaba a aquellos abusivos que se creían los mejores, y como perdía en cada pelea en la que me metía. Tienes agallas pero no fuerza, era lo que siempre me decían, y era esa frase la que siempre me atormentaba, la que me hacía sentir débil.
El líder del grupo se acercó nuevamente a mí, me tomó por el cuello de la camisa y mirándome me dijo:
- Eso te pasa por mirarme como mierda.
Aquellas palabras me hicieron recordar que todos me decían lo mismo, y es que todas las personas que me conocían decían que tenía la mirada de alguien sobrado y que se cree superior. Y tal vez fue el shock de haber sido golpeado lo que me hizo decir la frase más inapropiada para el momento.
- Es porque soy mejor que tú.
Y como era de esperarse eso despertó su ira y me lanzó al suelo, sacó una navaja y se acercó a mí con intención de matarme. Durante unos segundos sentí pánico y miedo, pero de pronto mi cuerpo se llenó de aquella sensación producida al mirar a Romina y a pesar que el tiempo que transcurrió luego fue solo de unos segundos, para mí fue una eternidad, pues me percaté que podía percibir cada movimiento que el rapero hacía y por instinto, me paré y esquivé el ataque.
Aquel movimiento dejó perplejos a todos, ya que hacía unos instantes yo estaba tirado en el suelo. El rapero volteó y me atacó nuevamente, y para sorpresa mía y de todos, lo esquivé. Y así pasó el tiempo, él y sus compañeros atacando y yo esquivando y a veces golpeando. Después de varios minutos, yo estaba de pié rodeado de los cuerpos de todos ellos, los cuales yacían inmóviles. Asustado por aquella imagen, me acerqué a uno de ellos para tomar su pulso y luego de revisarlos a todos, me sentí aliviado al saber que no me había convertido en un asesino.
Ya en el bus de regreso a casa no podía dejar de pensar en lo que había sucedido y a pesar de analizar cada detalle de lo ocurrido no encontraba explicación alguna, hasta que abrí mi mochila y vi aquella daga. Gracias a la luz en el bus, pude examinarla y me di cuenta que en la hoja había una inscripción, la cual no entendía pues eran unos íconos medio extraños.
Al llegar a mi casa dejé la daga sobre mi escritorio y me fui al baño para ver que tan golpeado estaba y me sorprendí nuevamente al ver que no tenía ni un solo rasguño. Me quedé quieto frente al espejo durante un tiempo y con la mente en blanco por la sorpresa me fui a mi cama, me acosté y me quedé profundamente dormido.