Es pasado el mediodía, por un instante miro por la ventana del Starbucks de Miguel Dasso para observar el cielo gris de Lima y evadir los ojos de la chica de aspecto extranjero que no deja de mirar hacia el rincón donde estoy sentado.
Mientras me intento concentrar en redactar algo para este blog, empiezo a revisar los borradores que había escrito para algunas entradas en ocasiones anteriores. Luego de darles una revisión rápida tomo un sorbo del café latte con leche sin lactosa que yace en la pequeña mesa circular enfrente del "cómodo sillón" en el que estoy sentado y empiezo a escribir.
Si alguien me hubiera dicho, tan solo unos cuantos años atrás, que pasaría el 28 de Julio sentado en un sillón viejo de Starbucks, escribiendo algo para mi blog abandonado, mirando constantemente mi celular con el temor de una llamada del trabajo, preocupado por el mensaje presidencial y acechado por las constantes miradas de una chica, me hubiera reído por lo extraña y exagerada de la situación.
Al mirar por la ventana una vez más, veo como las combis y buses circulan por las avenidas principales, como de una de ellas baja una señora con una bolsa de plástico que contiene caramelos, como unos niños hacen piruetas en los cruces peatonales para luego pedir dinero a los conductores, y en mi mente empiezan a resonar los discursos llenos de promesas hechos por todos aquellos que han intentado llegar al poder.
¿Realmente la nación que somos ahora era el plan de los que impulsaron la libertad de los países latinoamericanos? ¿Somos realmente la nación que deberíamos ser? ¿Podemos ser una gran nación? Y mientras se generan estas y otras preguntas en mi cabeza, cambio casualmente a la pestaña del diario El Comercio, en cuyo portal se observan las fotos de las protestas del día de ayer.
Son exactamente 192 años de independencia, y aun somos un país dividido, que no puede encontrar el camino hacia el progreso, donde las personas tienen que protestar para que se reconozcan derechos básicos, o donde existen organizaciones que se camuflan en las protestas, y en muchos casos las organizan, para generar caos y justificar su estúpida existencia.
Tal vez el Perú cambie algún día, es la frase que le digo a los taxistas al momento de bajarme en mi destino, y quizá una de las razones por la cual la digo a cada rato, es para convencerme de la veracidad de dicha frase. Es cierto que el país está cambiando y progresando, sin embargo, ese cambio no es percibido por toda la población, sino por aquella minoría que siempre se ha beneficiado de los buenos y malos momentos del país.
La corrupción, la delincuencia, la vagancia, la falta de visión, son algunos de los tantos males que aun pudren día a día a este país de bandera bicolor que aun quiero. La falta de identidad nacional también es otro problema, nos seguimos discriminando entre peruanos, poniendo el palito en el piso para que nuestros compatriotas caigan, en vez de ayudarnos mutuamente para avanzar en conjunto.
Quizá nos falta un objetivo en común, o líderes nuevos, o simplemente una generación de personas excepcionales, con valores y talento para hacer el cambio. Quizá mi generación no logré hacer el cambio que necesitamos, pero estoy seguro que al menos dejaremos el camino para que aquellos que vienen detrás lleven al país a la gloria que tanto añoramos.
Felices fiestas patrias.